jueves, 13 de noviembre de 2014

Amor a la lectura.




Por Lisardo Enríquez L.

Cuenta el poeta español Federico García Lorca que cuando el extraordinario escritor ruso Fedor Dostoyevski se encontraba en Siberia “alejado del mundo entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!” El mismo autor del Cante jondo, al inaugurar una biblioteca en Fuente de Vaqueros, Granada, decía “No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. . . Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan”.

Estas dos maneras de identificarse con los libros nos hacen ver hasta donde tienen importancia para el ser humano. Un libro, todos los libros, están indisolublemente vinculados al hombre. Esto es así porque son producto de él; son una extensión de lo humano. Y tienen la esencia de lo que el hombre es como ser pensante, como ser espiritual, como ser histórico, sensible y emotivo. Entre los libros y las personas la relación es de similitud. Cuando se encuentra el valor que los libros tienen se despierta un afecto, se crea una relación de apego, se les ve como a unos buenos amigos. Eso lo han dicho los escritores, pero también los lectores que llegan a apreciar los buenos libros y a identificarse con ellos.

La identificación con los libros nace cuando se leen. La lectura tiene que venir de la necesidad y ésta se tiene que crear. Pero hay dos aspectos respecto a ella, por una parte constituye una necesidad social, porque la comunicación humana se basa en el lenguaje y para que éste se desarrolle de manera conveniente es importante leer. El lenguaje es enteramente humano y a través de él tiene lugar tanto el desarrollo del potencial del individuo como el de la sociedad a la que pertenece. No se puede concebir la sociedad sin el lenguaje, y éste es la base del desarrollo de aquella. El lenguaje origina la letra, la escritura, los libros. Y aprendiendo a leer por gusto, haciendo que la lectura se convierta en hábito, se está en mejores condiciones de participar en la sociedad.
Por otra parte, en algún momento la lectura tiene que venir de una necesidad interior, es decir, una necesidad que tiene su origen en el propio individuo, en su deseo de encontrarse, de saber sobre el hombre mismo, sobre su historial, sobre su ser material y espiritual, sobre lo que ha descubierto, sobre lo que ha logrado y lo que aún sigue buscando. Pero tratándose de una necesidad intrínseca, no todas las personas la sienten, porque no todas han tenido la oportunidad de nacer o crecer cerca de los libros. Ésta es una limitante para quienes viven una situación de esa naturaleza. Si no se tiene acceso a la lectura de libros se carece de algo fundamental en la vida, se vive en un estado como de barbarie o salvajismo, en una cultura de atraso, rudimentaria; aún si se poseen abundantes bienes materiales.

En sociedades, grupos y familias donde hay condiciones para deleitarse con los libros y para aprovecharlos, quienes tienen esas oportunidades participan de una visión amplia del mundo y de la vida y siempre serán mejores personas. La lectura es un alimento para el espíritu. Si la lectura es voluntaria, auténtica, tiene que mover en lo más íntimo lo que somos; tiene que penetrar lo que es nuestra identidad; tiene que llevarnos a otros planos existenciales como personas.

La lectura debe consistir en una experiencia, aunque no siempre es así. Veamos. El filósofo Martín Heidegger expresa con claridad en qué consiste hacerse de una experiencia. Dice: “... hacer una experiencia con algo significa que algo nos acaece, nos alcanza; que se apodera de nosotros, que nos tumba y nos transforma...Hacer una experiencia quiere decir...dejarnos abordar en lo propio por lo que nos interpela, entrando y sometiéndonos a ello. Nosotros podemos ser así transformados por tales experiencias, de un día para otro o en el transcurso del tiempo”.

Si vemos el significado literal de la palabra experiencia, tenemos que es salir hacia afuera y pasar a través de algo. Experiencia también equivale a recorrido, travesía y viaje. El español Jorge Larrosa nos presenta una cita de Descartes que dice: “es casi lo mismo conversar con la gente de otros siglos que viajar”. En ello hace referencia a la lectura de obras clásicas de la antigüedad, una experiencia que seguramente muchos lectores han tenido al “ver” pasajes de autores de épocas anteriores. La experiencia de la lectura, entonces, consiste en un salir de uno para penetrar en el texto y luego en retornar a uno mismo otra vez, a reencontrarse, a reapropiarse de sí mismo, pero integrando a nosotros lo que nos ha dado la lectura. Ese es el viaje; esa es la experiencia de la lectura. Y es aquí donde está la mayor exigencia de la lectura, la que viene de la necesidad interior.

 La experiencia de leer no es la misma para todas las personas. No hay quien pueda aprender de la experiencia de otro; de un libro cada lector hace  su propia experiencia. Porque la experiencia de la lectura no radica en entender el significado literal del texto solamente, sino en vivirlo. Por lo tanto, en la verdadera lectura hay una relación vital entre el lector y el libro; quien lee por el gusto de hacerlo se entrega al viaje, a la aventura a la que le lleva el libro, y para ello, el lector tiene que entregarse en su totalidad.

Federico Nietzsche dice en Humano, demasiado humano: “Para todo escritor es una sorpresa siempre nueva que su libro, en cuanto se separa de él, continúe viviendo con vida propia;...el libro se busca lectores, inflama existencias, proporciona felicidad, espanto, engendra nuevas obras, se convierte en alma de principios y de acciones; en una palabra: vive como un ser dotado de espíritu y alma y, sin embargo, no es un hombre...” Como se puede comprender, la referencia a los libros y a la lectura de ellos va más allá de un código de palabras para descifrar; en los libros hay que ver, oír, sentir y probar aquello que se dice y también lo que no se dice.  En el fondo de las palabras hay algo más allá de lo que se dice.

Un libro, todos los libros, tienen una pluralidad de sentidos, es decir, tienen muchas lecturas. Porque un lector encuentra un sentido en un libro, pero otros lectores le hallarán otro sentido. De igual manera, un mismo lector percibirá un sentido, una idea que le queda de una primera lectura, pero seguro no será el mismo sentido, la misma idea de una segunda y una tercera lectura. Algo encontrará diferente cada vez; porque como dice Larrosa: “...no hay una lectura última y definitiva que dé el sentido verdadero”.

La preparación escolar, la lectura y la escritura pueden entenderse como cuestiones completamente interrelacionadas. Así debería ser, pero en la realidad no es de esa manera. Los estudios sobre lo que sucede en México respecto a este tema son motivo de profunda reflexión. En diversos momentos se han hecho importantes proyectos editoriales con sentido popular, se han creado bibliotecas públicas y escolares, se han hecho colecciones  especiales de libros para uso de las escuelas, y algo han dejado, pero no mucho. Se sabe que los lectores son pocos en relación a la inmensa cantidad de pobladores del país, esto es, el promedio de libros que se leen al año por persona es bajísimo.

Felipe Garrido, un profesional dedicado durante muchos años a la labor editorial de divulgación popular en las esferas de gobierno, en su texto El buen lector se hace, no nace, dice: “...hace falta formar en más gente el hábito de leer, hace falta que más gente sea capaz de acometer lecturas más exigentes; de comprenderlas, sentirlas y aprovecharlas”. Nos dice también que el mayor de   nuestros problemas sobre la lectura no está en que quienes son analfabetos no lean, sino en el hecho de que haya personas con nueve, doce o veinte años de instrucción escolar sin haber adquirido el hábito de la lectura. En síntesis, dice que es monstruoso que quienes terminan la preparatoria o una carrera universitaria no hayan conocido sino los libros de texto y, por lo tanto, sean incapaces de incursionar por ninguna lectura que no tenga otro fin que el desempeño profesional. Dice que “Si junto con los certificados y los títulos la población escolarizada adquiriese la afición por la lectura, ciertamente tendríamos un país más próspero, más justo y más democrático”.

El mismo Garrido sigue explorando en dónde están los problemas de la falta del hábito de la lectura y dice que la mayoría de nuestros maestros no son lectores. Expresa: “Muchas veces los he escuchado reconocer, con resignación, que no son lectores. . . Buena parte de los maestros y maestras, incluso los dedicados a la enseñanza de la lectura y la escritura no son, ellos mismos, lectores ni se sirven de la escritura...Es curioso que continuamente se capacite a los maestros en una multitud de aspectos, por lo común mediante materiales impresos, y sin embargo no se dediquen tiempo ni recursos a capacitarlos como lectores...Ser maestro debería ser sinónimo de ser lector”. Esos son los elementos de juicio de su propia experiencia de trabajo que comparte Felipe Garrido.

Otro asunto que contribuye a que no haya lectores auténticos, es decir, lectores que leen por voluntad y que lo hacen como hábito, es el que se refiere a la alfabetización como aprendizaje de letras, palabras y enunciados descontextualizados del medio social. Si se aprende a deletrear,  a medio leer y a leer sin el apoyo de lecturas que obedezcan  a las necesidades de las personas y de su entorno, no es muy probable que se adquiera el hábito de leer.

Se debe de estar convencido de que la lectura como hábito es fundamental en el desarrollo del individuo y de la sociedad. Los elementos que aquí se enuncian permiten darnos cuenta de que el propio sistema escolarizado no forma lectores. Freire decía que se encontraba con egresados de carreras de nivel superior que le manifestaban total limitación para hacer su tesis profesional porque no tenían facilidad para escribir. Así es que, en definitiva, aparte de otras acciones, aquí hay una tarea principal para quienes emprenden reformas educativas. La verdadera reforma educativa debe de proponerse hacer lectores en las escuelas de todos los niveles de escolaridad y poner especial énfasis en la formación y actualización de los maestros en este aspecto.

Quienes se inician en la placentera actividad de la lectura seguramente se preguntarán cuáles son las normas para leer un libro. En realidad la verdadera lectura no tiene reglas estrictas. La decisión de iniciarse en la lectura requiere de estímulos previos, de una motivación, de que se despierte la sensibilidad en quienes van a hacerlo. En esta parte siempre es importante que haya por lo menos un lector que tenga el deseo de “contagiar” a otros. Así lo expresa Garrido: la lectura no se aprende, se contagia.

Unos se iniciarán de una manera, otros encontrarán formas distintas. Lo deseable es que los padres les lean a los niños en su casa y los maestros en la escuela. Al comienzo pueden leerse textos breves en voz alta, seleccionados en función de los intereses de los oyentes. Después pueden ser textos un poco más extensos. Se pueden hacer comentarios e interpretaciones de lo que se lee. Más adelante es conveniente que el lector se vaya internando, él solo, en la lectura personal, en la lectura silenciosa. Se pueden recomendar libros cortos de fábulas, pequeños cuentos, historias breves. Después se pueden leer poesías sencillas, cuentos más largos y pequeñas novelas, libros de biografías y de historia particular que obedezcan siempre al interés del lector.

Es necesario precisar que el encuentro con la lectura es distinto en cada lector, porque cada individuo tiene sus tiempos, su capacidad al momento de comenzar y avanzar por sí mismo, sus intereses, preferencias, motivaciones individuales, deseos. Tal vez algunas recomendaciones sencillas serían las siguientes: buscar el espacio adecuado, es decir, el lugar donde se pueda estar con tranquilidad; no distraer la atención a la hora de leer y, por lo tanto, concentrarse en hacerlo; dar primero una mirada al libro: su portada, contraportada, índice, ilustraciones; si se considera necesario, tomar notas en un cuaderno o libreta de aquello que más le interese al lector cuando vaya leyendo; o subrayar  enunciados o párrafos que destaquen y que después se desee localizar. Al leer o escribir es importante tener a la mano siempre un diccionario.

Hace algunos años expresé que por experiencia propia podía afirmar que la lectura es fuente de vida, que la lectura de un libro nos crea la necesidad de ir a otro, luego a otro más y así sucesivamente. Pero que necesitamos la motivación inicial, y ésta es la que tenemos obligación de dar los lectores a quienes no lo son todavía. Porque, sin duda, la lectura permite el desarrollo del razonamiento, de la memoria, de la sensibilidad, del lenguaje, así como de la personalidad, y contribuye al enriquecimiento espiritual y cultural de las personas.

Adelaida Nieto, promotora de la lectura en Colombia expresó lo siguiente: “Leer es un acto real de amor entre el libro y el lector, si entendemos el amor como una forma de relacionarnos, en la cual el ser del otro es legítimo. Leer es un acto amoroso que nos permite mirar más allá de lo que ven los ojos”. El argentino Jorge Luis Borges escribió: “La lectura debe ser una de las formas de la felicidad”.


Publicado en 4 partes en Diario de Xalapa, los días 6, 13, 20 y 27 de octubre de 2014.