Escuela Normal Rural de Tacámbaro, Michoacán, inaugurada en 1922.
Por Lisardo Enríquez
L.
El problema no resuelto de
los estudiantes heridos, asesinados y desaparecidos entre el 26 y el 27 de
septiembre de 2014 en Iguala, todos ellos de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro
Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, nos remite a la situación general del país que
desde 1941 a la fecha consiste en el abandono del campo y de la educación
rural. Ésta, producto de un sistema que los propios mexicanos habían creado
para atender las necesidades y problemas específicos de los habitantes de las
áreas campesinas.
Efectivamente, las
instituciones creadas para dar la atención apropiada a este tipo de comunidades
se fueron desarrollando entre 1922 y 1940, fecha esta última hasta la cual
llegaron como tales. Después, se inició un proceso de desarticulación al que el
estudioso de la educación rural mexicana de aquellos años, David L. Raby, llamó
“medida retrógrada”. La orientación de los gobiernos a partir de los años
cuarenta del siglo anterior va a ser la modernización con prioridad en la
industrialización que tiene lugar en las zonas urbanas, lo que a partir de 1982
se convierte, hasta nuestros días, en políticas neoliberales, dejando en el más
cruel abandono al campo y su desarrollo, incluida la educación rural, la cual
sigue el modelo único diseñado para el medio urbano con características
meramente librescas.
Dos proyectos pioneros de la
educación rural de la Revolución Mexicana son reactivados para su operación
después de 1942: Las escuelas normales rurales y las misiones culturales, sólo
que con un presupuesto mínimo y ya sin el empuje que antes hubo en el reparto
de tierras y programas de apoyo al campo. No obstante, estas instituciones
continuaron con la misma vitalidad con la que antes habían trabajado. Las
normales rurales mantuvieron su pujanza revolucionaria que, por supuesto,
afectaba (y afecta) los intereses económicos y políticos de quienes buscan
favorecer únicamente a una élite. A raíz de los acontecimientos del movimiento
estudiantil de 1968 se les consideró focos de agitación y el gobierno cerró
prácticamente la mitad de ellas en ese mismo sexenio. Esa suerte corrió la
normal de Perote en nuestro estado en 1969.
Pues todavía con esa enorme
reducción y limitaciones, las normales rurales han venido remontando todas las
condiciones adversas a las que se enfrentan.A las pocas que quedan se les ha
amenazado con cerrarlas o convertirlas en escuelas técnicas o de turismo,
aparte de que los alumnos están siempre en la mira por “rebeldes”.Entre los
casos más recientes se encuentran los dos estudiantes muertos en la autopista
del sol a manos de la policía el 12 de diciembre de 2011, y el más dramático
enunciado al comienzo de estas líneas que incluyó la muerte de un estudiante
que fue desollado y al que le sacaron los ojos. Es la hora en que no se sabe
con certeza cuál ha sido el destino de los 43 desaparecidos.
Al sujeto que desempeñaba el
cargo de presidente municipal de Iguala se le había denunciado desde antes por
otros crímenes y nunca se le investigó formalmente. Hay evidencias de que los
gobiernos estatal y federal estaban enterados de la movilización de los
estudiantes desde que salieron de Ayotzinapa a Iguala,
que en diferentes momentos hubo fuerzas federales y sin embargo los voceros
oficiales lo han negado. En otras palabras, en los hechos del 26-27 de
septiembre de 2014 hubo una confabulación premeditada no reconocida. Esto
explica porque el gobierno federal participa “en las investigaciones” hasta
después de transcurrida más de una semana.
Lo ocurrido en Iguala rebasa
los linderos de lo local y de lo estatal. Se trata de la presencia del México imaginario y del México profundo, magistralmente
definidos por Guillermo Bonfil Batalla, para expresar los problemas del
desarrollo nacional desde un punto de vista meramente occidentalizado en el
primer caso y con las raíces de nuestros pueblos, desde los indígenas, en el
segundo. Esa es la situación actual: el predominio radicalizado del primer
punto de vista con su proyecto de nación, que deja fuera al México profundo manteniéndolo en el
analfabetismo, la miseria, el abandono y la desaparición en sus diversos
sentidos. Una de sus manifestaciones más ostensibles es el abandono del campo y
de la educación rural que debe englobar a la comunidad como un todo y al
sistema regional al que pertenece.
(Artículo publicado el 27 de enero en Diario de Xalapa.)