El Gran Jefe Seattle.
Entre los siglos XVII y XIX,
los pueblos nativos de américa del norte padecieron por el arribo conquistador
de los europeos, en condiciones similares a las de los demás pueblos del
continente. Los primeros ingleses y holandeses llegaron a las costas de
Norteamérica a principios del XVII. Hasta antes de que los europeos hicieran
acto de presencia en esos rumbos, dicha superficie estaba habitada por más de
quinientas tribus con formas de vida diversas, pero todas siempre de acuerdo al
medio natural en el que se desenvolvían. Un caso importante de mencionar es el
de los Iroqueses, descrito en su organización
social por Lewis Morgan en su libro La
sociedad primitiva.
En este contexto difícil por
la irrefrenable expansión de los
europeos, nace en 1786 Sealth o Seattle, quien años más tarde sería el Jefe de
la etnia Suquamish, en la región del noroeste de lo que actualmente son los
Estados Unidos de Norteamérica, en la costa del pacífico, colindando con Canadá
y en lo que es a estas fechas el estado de Washington. Se dice que Seattle
debió haber presenciado de pequeño la llegada del buque Discovery, cuyo capitán
era el británico George Vancouver, un navegante que exploró las costas
occidentales de América.
Años después, como Jefe de su
tribu, Seattle tuvo que enfrentar a los europeos. Durante la memorable
disertación que tuvo en 1854 ante Isaac Stevens, Comisario de Asuntos Indios de
los ingleses que se habían asentado en Norteamérica, estuvo presente el colono
Dr. Henry Smith, quien tomó notas de ese trascendental mensaje. Pero fue hasta
1887 que lo publicó en un diario local. Las palabras de Seattle en su versión
original fueron las que recogió y luego publicó Smith. Posteriormente se le
hicieron agregados desde el punto de vista ecológico, que era el tema central
del discurso al que la gente de Seattle llamó “Oración”.
El Comisario fue a
proponer la compra de tierras para los
colonizadores ingleses, y esto fue lo que dijo Seattle: “El Gran-y yo
presumo-buen Cacique Blanco, nos manda decir que quiere comprar tierras
nuestras pero que desea permitirnos la suficiente para que podamos vivir
confortablemente”. Y más adelante manifestó lo que era para ellos el lugar
donde vivían: “Cada porción de este país es sagrada para mi pueblo. Cada
colina, cada valle, cada llanura y cada arboleda ha sido reverenciada por algún
recuerdo afectuoso o por alguna experiencia triste de mi tribu”.
Cuando el Jefe Seattle
pronunció esta oración tenía 68 años de edad. Se daba cuenta y se lamentaba del
fin del esplendor indio y de que el futuro sería dominado por los blancos, es
decir, sabía que estaba en completa desventaja. Otros pueblos indios se habían
opuesto y fueron masacrados incluyendo niños, mujeres y ancianos con quienes no
hubo misericordia alguna. Los que quedaron fueron confinados en reservaciones.
Smith describe a Seattle
como un indio corpulento, de espaldas anchas, medía 1.80 m. de estatura y
sobresalía por su aspecto noble, tan noble que él mismo dio la bienvenida a los
nuevos pobladores. A su ciudad se le puso, precisamente, su nombre: Seattle, y
de ella fue expulsado en 1865 para pasar su último año de vida en la reserva de
Port Madison.
Sin duda, Seattle es un gran
ejemplo de inteligencia, de conducta y de comprensión sobre la cultura y la
vida del hombre, así como de todo lo que existe incluyendo la propia tierra.
Por ello es que ha pasado a la historia entre los grandes y que representa un
símbolo en el mundo de los ecologistas.
(Artículo publicado el 17 de febrero en Diario de Xalapa)