Por Lisardo Enríquez
L.
El poeta chileno Pablo
Neruda conoció muy bien a México y a los mexicanos. Sabía de una dualidad, de
una manifestación de ser contradictoria de la vida pública de nuestro país.
Como en otras palabras diría años después el escritor peruano Mario Vargas
Llosa, Neruda expresó sin tapujos que “era la democracia más dictatorial que
pueda concebirse”. El gran poeta americano llegó en 1940, recorrió la geografía
mexicana y de todo ello, así como de la política, las artes y la cultura, dejó
constancia de sus impresiones en una prosa que también está impregnada de
poesía.
En 1974, un año después de
su muerte, se publicaron sus memorias
bajo el título de Confieso que he vivido.
La obra está dividida en 12 capítulos, de los cuales el número 7 se refiere a
México precisamente con el nombre que lleva este artículo. Jorge Edwards nos dice en el prólogo que ha leído
este libro muchas veces y que cada lectura ha sido un redescubrimiento, “una
experiencia literaria única y a la vez personal, un proceso inevitable de
revisión y de introspección”.
En lo que se refiere al
México florido y espinudo, Neruda nos habla con esas palabras que a él le
brotaban desde su sensibilidad sobre todo lo que vivió, intensamente, al
recorrer lugares nuestros con naturaleza e historia y al tratar a toda clase de
personas y grupos, cual si fuera el poeta-psicólogo. Hay frases que desde la
primera vez que leí estas memorias me impactaron por su apreciación. Él dijo
por ejemplo: “México está en los mercados”. En otra ocasión me referí a su
opinión respecto al ser de la gente de aquí. Decía: “Y no hay en América, ni
tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y sus
hombres”.
Neruda era de ideas
socialistas. Tal vez por ello y por la grandeza de la obra pictórica que
admiraba en el muralismo mexicano, fue amigo de Diego Rivera y de David Alfaro
Siqueiros. Del primero cuenta las conversaciones fantásticas que el pintor
hacía sentir como realidad, las cuales
muchas veces eran sólo formas divertidas con sus interlocutores. Con Siqueiros
se puede sentir su solidaridad cuando lo visitaba en la cárcel donde estaba por
razones políticas, de la manera en que lograba que saliera por horas junto con
el director del penal para que los tres fueran por ahí a pasar momentos gratos,
hasta que logró su libertad con asilo en el país del cobre, la nación del
poeta.
El andar a través de la
inmensa variedad de estas tierras lo cita también de una manera que nos lleva
en su viaje con él. Dice “Vagué por México, corrí por todas sus costas, sus
altas costas acantiladas, incendiadas por un perpetuo relámpago fosfórico”. Ese
es el Neruda que estuvo en este país, donde fue ampliamente reconocido. A
México le cantó en sus héroes. A Cuauhtémoc, a Juárez, a Zapata y a ese héroe
español-mexicano que fue Francisco Javier Mina.
Neruda fue uno de los
grandes poetas del mar, de la historia y geografía americanas y del amor. Uno
de los amores fundamentales de su vida fue Matilde Urrutia, la que vivió a su
lado, a la que dedicó poemas y más poemas, entre ellos el libro completo de Cien sonetos de amor. A Matilde Urrutia,
dice Edwards, le dictó las páginas de Confieso
que he vivido “mientras estaba en cama en su dormitorio de Isla Negra y
miraba la playa y el mar”.
(Artículo publicado el 28 de diciembre de 2015, en Diario de Xalapa.)