miércoles, 13 de enero de 2016

México florido y espinudo.



Por Lisardo Enríquez L.

El poeta chileno Pablo Neruda conoció muy bien a México y a los mexicanos. Sabía de una dualidad, de una manifestación de ser contradictoria de la vida pública de nuestro país. Como en otras palabras diría años después el escritor peruano Mario Vargas Llosa, Neruda expresó sin tapujos que “era la democracia más dictatorial que pueda concebirse”. El gran poeta americano llegó en 1940, recorrió la geografía mexicana y de todo ello, así como de la política, las artes y la cultura, dejó constancia de sus impresiones en una prosa que también está impregnada de poesía.

En 1974, un año después de su muerte, se publicaron sus memorias bajo el título de Confieso que he vivido. La obra está dividida en 12 capítulos, de los cuales el número 7 se refiere a México precisamente con el nombre que lleva este artículo. Jorge    Edwards nos dice en el prólogo que ha leído este libro muchas veces y que cada lectura ha sido un redescubrimiento, “una experiencia literaria única y a la vez personal, un proceso inevitable de revisión y de introspección”.

En lo que se refiere al México florido y espinudo, Neruda nos habla con esas palabras que a él le brotaban desde su sensibilidad sobre todo lo que vivió, intensamente, al recorrer lugares nuestros con naturaleza e historia y al tratar a toda clase de personas y grupos, cual si fuera el poeta-psicólogo. Hay frases que desde la primera vez que leí estas memorias me impactaron por su apreciación. Él dijo por ejemplo: “México está en los mercados”. En otra ocasión me referí a su opinión respecto al ser de la gente de aquí. Decía: “Y no hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y sus hombres”.

Neruda era de ideas socialistas. Tal vez por ello y por la grandeza de la obra pictórica que admiraba en el muralismo mexicano, fue amigo de Diego Rivera y de David Alfaro Siqueiros. Del primero cuenta las conversaciones fantásticas que el pintor hacía sentir como realidad,  las cuales muchas veces eran sólo formas divertidas con sus interlocutores. Con Siqueiros se puede sentir su solidaridad cuando lo visitaba en la cárcel donde estaba por razones políticas, de la manera en que lograba que saliera por horas junto con el director del penal para que los tres fueran por ahí a pasar momentos gratos, hasta que logró su libertad con asilo en el país del cobre, la nación del poeta.

El andar a través de la inmensa variedad de estas tierras lo cita también de una manera que nos lleva en su viaje con él. Dice “Vagué por México, corrí por todas sus costas, sus altas costas acantiladas, incendiadas por un perpetuo relámpago fosfórico”. Ese es el Neruda que estuvo en este país, donde fue ampliamente reconocido. A México le cantó en sus héroes. A Cuauhtémoc, a Juárez, a Zapata y a ese héroe español-mexicano que fue Francisco Javier Mina.


Neruda fue uno de los grandes poetas del mar, de la historia y geografía americanas y del amor. Uno de los amores fundamentales de su vida fue Matilde Urrutia, la que vivió a su lado, a la que dedicó poemas y más poemas, entre ellos el libro completo de Cien sonetos de amor. A Matilde Urrutia, dice Edwards, le dictó las páginas de Confieso que he vivido “mientras estaba en cama en su dormitorio de Isla Negra y miraba la playa y el mar”.


(Artículo publicado el 28 de diciembre de 2015, en Diario de Xalapa.) 

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