Por Lisardo Enríquez
L.
Hace tiempo que el proyecto
de nación en México ha sido motivo de disputa. Desde el siglo XIX a la fecha de
un lado están los conservadores y de otro los liberales con ese o con otro
nombre. La lucha ha sido cruenta y se ha
derramado mucha sangre. Ha habido avances y retrocesos para unos y para otros.
Los conservadores se ven como raza pura, ricos, destinados a dominar por sí mismos o a través de extranjeros de sangre azul y de billetes verdes. Los liberales,
en términos generales, defienden las causas populares y los recursos con los
que cuenta este país. En los tiempos más recientes, a veces se confunden
conservadores con liberales. Muchos de éstos se parecen más a aquellos.
Por momentos triunfa la defensa
del territorio y sus habitantes, en otros el interés puramente material para
unos pocos y con cabida para grupos poderosos del exterior. Durante el siglo XX
comenzó un despegue organizativo y de empuje para beneficiar a quienes
protagonizaron la revolución. Pero duró bien poco. Después de 1940 y sobre todo
desde los años 50 se da un cambio en el que el desarrollo se va a dar en favor
de las zonas urbanas con un abandono casi total del campo, incluyendo la
educación. La educación rural desaparece como tal en 1944 y las escuelas normales
rurales se sostienen por el orgullo de sus actores en relación al servicio a la
comunidad campesina. Más adelante se suprimen aproximadamente la mitad de esas
escuelas, entre ellas la que se encontraba en Ximonco, municipio de Perote,
Ver.
Con este viraje en el rumbo
de la nación, durante la segunda mitad del siglo XX se forma una burguesía empresarial en la que
participan destacados políticos. El fundador del grupo conocido como
Atlacomulco (del Estado de México) decía que “Un político pobre es un pobre
político”. Y así se hizo escuela para no ser un pobre político con las
consecuencias que hoy se conocen: oprobiosa desigualdad, retraso educativo,
aparente democracia y muchos otros problemas lacerantes en un país de abundante
riqueza natural y humana.
Sin embargo, desde 1982 el
proyecto de nación de carácter conservador se acelera con la puesta en práctica
del neoliberalismo que lleva a niveles insospechados el gobierno 1988-1994, el
cual culmina con el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta. El siguiente
sexenio es el que deja sin apoyo a su partido y sustituye al final como vocero
al Instituto Electoral para anunciar quien ganó la presidencia. Los dos
gobiernos de la alternancia están plagados también de corrupción, como muestra
con suficientes evidencias la periodista Ana Lilia Pérez en el libro Camisas Azules, Manos negras. De manera
que si el actual dirigente del Partido Acción Nacional propone con fundamentos
un programa, comisión o lo que sea contra la corrupción, debe comenzar por
abrir los expedientes a los que se refiere la periodista citada.
El gobierno actual da un
avance mayor al neoliberalismo a modo para las políticas norteamericanas con
las reformas “estructurales”, en las cuales la opinión de los ciudadanos no se
tomó en cuenta, las cámaras de diputados y senadores se blindaron como
propiedad privada, las protestas se desactivaron de diversas formas y las
reformas se aprobaron de manera forzada a espaldas del pueblo. Cualquier
persona medianamente informada se da cuenta que estas reformas son para
beneficiar a los grupos empresariales del país y del extranjero, incluyendo a
los medios televisivos que le dieron cobertura y amplia difusión a favor.
De manera que el proyecto de
nación actual es el de unos cuantos, los que se han beneficiado una y otra vez.
Quienes lo enarbolan son los conservadores de hoy, encaramados en diversos
partidos políticos. Los cambios para darle la vuelta a este estado de cosas no
los pueden hacer los actuales gobernantes ni los partidos políticos de los
pactos. Lo que la República requiere es otra cosa muy distinta.
(Artículo publicado el 3 de diciembre en Diario de Xalapa)
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