jueves, 30 de abril de 2015

Huelga magisterial en 1971.

Por Lisardo Enríquez L.


Al momento de levantar la huelga el 17 de noviembre de 1971, a la entrada de la Escuela 
"Miguel Alemán" de Acayucan, Ver. (Archivo personal de Lisardo Enríquez L.)



Al comenzar la década de los setenta  del siglo anterior,  todavía el sistema estatal de educación en Veracruz era de mayor dimensión que el federal, porque esta entidad federativa era una de las que mayor participación local tenía en ese renglón. Además, en preescolar y primaria, por ejemplo, había una tradición pedagógica y administrativa que venía de los grandes años de la educación veracruzana, con maestros y funcionarios muy comprometidos con esa tarea esencial.

Aunque desde luego también había problemas y rezagos de distinto género. Algunos de éstos ocasionaron que entre los meses de octubre y noviembre de 1971, el Sindicato Estatal de Trabajadores al Servicio de la Educación (SETSE) llevara a cabo una huelga en las escuelas primarias de todo el estado. Obviamente esto surgió ante la falta de solución a peticiones hechas al gobierno estatal, para la mejoría salarial y de prestaciones a los maestros.

Plantear y realizar una huelga no era cuestión sencilla. Lo primero era demostrar que lo solicitado era completamente justo, que los propios profesores agremiados sintieran esta necesidad, y que los padres de familia comprendieran también las razones del magisterio. El otro problema era al interior de las escuelas, porque había otro sindicato fuerte, la Sección 56 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE),  que no se sumaba a esta decisión.

Los dirigentes estatales del SETSE de aquellos años, apoyados por todas las delegaciones de zona y por la base de sus agremiados, afrontaron esta situación y realizaron esa huelga que duró un mes. La experiencia de este movimiento fue muy rica, la relación entre profesores se hizo más cercana e intensa, con los padres de familia se obtuvieron compromisos recíprocos y se logró mayor interrelación. Y la huelga se ganó para beneficio de todos los profesores del sistema estatal.

En lo personal, la experiencia la viví en la Zona Escolar de Acayucan en el sur del estado, la cual abarcaba una buena cantidad de municipios: el propio Acayucan, Jáltipan, Texistepec, Soconusco, Oluta, San Juan Evangelista, Jesús Carranza y  Sayula. En asamblea celebrada en la Escuela Primaria “Miguel Alemán” de la Ciudad de Acayucan se eligió a los integrantes del Comité Delegacional de Huelga, que en su orden eran los siguientes: Presidente: Amadeo Pérez Quiroz; Secretario: Lizardo Enríquez Luna; Secretaria de Finanzas: María Antonieta Carrión Carrión y; delegado ante el Consejo Estatal: Lucas Martínez Torres.

La actividad durante ese mes fue ardua. Había trabajo día y noche. Era necesario recorrer escuelas por carretera, caminos de terracería, brechas y ríos. Estas últimas principalmente correspondientes a los municipios de Jáltipan, Texistepec y Jesús Carranza. La Escuela Primaria “Rebeca Arias de López” de la Ciudad de Jáltipan era el “cuartel general” de los huelguistas de la zona escolar. Ahí se atendían situaciones de organización, se recibían notificaciones sobre problemas que iban surgiendo y se hacían reuniones urgentes para resolverlos.

En todo era necesario actuar con rapidez para que nada entorpeciera el movimiento en proceso. Los compañeros respondieron con su decisión firme y con su participación entusiasta. Los padres de familia apoyaron mucho a los profesores. En esa zona escolar fue de especial importancia que se sumara un sindicato local: el Sindicato Independiente dirigido por Rubén Romo Romo y Clemente Suriano Mateo.


Hace mucha falta hacer o reactivar una memoria de estos hechos. En 1974, casi por los mismos meses, hubo una segunda huelga estatal promovida por la misma organización sindical. Tanto las formas organizativas como los resultados fueron similares. 



Asamblea delegacional informativa sobre los resultados de la huelga, el 17 de noviembre de 1971, en el interior de la Escuela "Miguel Alemán" de Acayucan, Ver. 
Archivo personal de Lisardo Enríquez L.


Artículo publicado el 29 de abril de 2015 en Diario de Xalapa. 

miércoles, 22 de abril de 2015

Campo Nuevo








Excursión a Achotal. 
Alumnos de la Escuela Primaria Benito Juárez.  
 Campo Nuevo, 1970.


                                           









  Jugando futbol.
  Alumnos de la Escuela Primaria Benito Juárez.
                       Campo Nuevo. 1970.                                                                                  








Por Lisardo Enríquez L.


Es indudable que cada comunidad tiene sus propias características, sus valores, su razón de ser. A quienes en determinadas circunstancias nos ha tocado la suerte de conocer algún poblado ajeno a nuestro origen y permanecer en él cierto tiempo, es seguro que mucho nos ha dejado en experiencia y recuerdos. Si el compromiso de quienes hemos llegado a un lugar así tiene que ver con un servicio social, lo deseable es que nosotros también le hayamos  dejado por lo menos algo positivo.

Este texto se refiere a la Congregación y ejido cuyo nombre es Campo Nuevo, perteneciente al sureño municipio de San Juan Evangelista, Veracruz, ubicada a ambos lados de la carretera transístmica, a poco más de treinta kilómetros de la Ciudad de Acayucan. A esa comunidad llegué en el mes de noviembre de 1969, a iniciarme como profesor del sistema estatal en la Escuela Primaria Rural “Benito Juárez”, donde me desempeñé durante 2 años.

Se trataba de una escuela donde había 4 profesores que a mi llegada sumaron 5. En la redistribución de grupos se asignaron los de quinto y sexto grado a quien esto escribe. Ni los locales de trabajo ni el mobiliario permitían la actividad conjunta, por lo que establecí dos horarios, uno por la mañana para sexto y otro por la tarde para quinto. El diagnóstico sobre el nivel de aprendizaje de los alumnos demostró que esa diversificación de horarios haría posible un mejor avance al terminar el ciclo escolar. Yo lo constaté, pero años después un directivo de mis años de estudio profesional me recriminó que yo estaba en contra de las propuestas didácticas que se habían promovido en la escuela normal.

En realidad los alumnos reflejaban serias deficiencias en matemáticas y a eso dediqué especial atención, sin descuidar las demás áreas del programa ni las actividades en las que como maestro entusiasta preparado en la normal veracruzana debía participar. Por cierto, nunca fui un alumno destacado en matemáticas, ni ha sido una ciencia que en lo personal prefiera. Estoy convencido de que hice lo que tenía que hacer y que los alumnos mejoraron mucho. Algunos de ellos me decían “el matemático”.

Campo Nuevo era una comunidad heterogénea en su composición poblacional. Aunque había una buena cantidad de pobladores que provenían de localidades cercanas como Soconusco, había otros que llegaron de lugares como Yecuatla, de este mismo estado, pero otros más vinieron de Michoacán y de otros estados. Todos ellos se establecieron ahí porque les dieron una parcela en el ejido cuando el gobierno lo conformó.

Por supuesto la mayoría de los niños que asistían a la escuela eran hijos de los campesinos de esta localidad, pero los había de otras localidades, entre ellas de la Colonia “Nicolás Bravo”, más conocida por sus habitantes como Apompal, de Medias Aguas, donde hay hasta la fecha una estación del ferrocarril, y de ranchos vecinos. Quien ha sido profesor sabe bien que trabajar con los niños (o con los adolescentes y jóvenes) es una actividad que se disfruta mucho y en la cual todos los días uno es el primero que aprende muchas cosas.

Los recuerdos son innumerables. Del Apompal iban en esos años los hermanos Pavón, Agustín y Alfredo, dos niños inteligentes y estudiosos. También Blanca, una niña ya crecida y muy estudiosa, a quien su mamá llevaba todos los días a la escuela caminando aproximadamente 2 kilómetros, y también la iba a traer a la salida de clases. De Medias Aguas iba Estanislao, un niño con formas de conducta urbanas a quien los niños campesinos aprendieron ciertas cosas como el juego de futbol, pero que tenía dificultades de adaptación, a las cuales di tratamiento personal con buenos resultados. De la localidad era Isaí, quien no mostraba al comienzo mucho interés por el estudio; después de explicarle a su papá que no era por falta de inteligencia, hubo un cambio importante.Recuerdo muy bien a Armando Mateo, un alumno que pasó unas vacaciones en el pueblo en que nací.


 En 1970 mis alumnos y yo pudimos ver lo grandioso que es un eclipse de sol y un poco lo estudiamos. Organizamos al aire libre prácticas relativas a pruebas de carreras de atletismo y encuentros de futbol entre ellos. Hicimos, con voluntarios, una excursión caminando al pueblo de Achotal, distante más o menos 10 kilómetros, para estar en el río que hay ahí y regresar por la tarde en el tren.Y mucho más que puede ser relatado en otro momento.


Celebrando el Día del Niño. 
Alumnos de la Escuela Primaria Benito Juárez. 
Campo Nuevo. 1970. 


Artículo publicado el 20 de abril de 2015 en Diario de Xalapa. 

lunes, 6 de abril de 2015

La otra Jesusa de Oaxaca


Escuela Secundaria Esfuerzo Obrero, Cd. Mendoza;Veracruz. 



Por Lisardo Enríquez L.

La otra Jesusa de Oaxaca no era del Istmo, sino de la Alta Mixteca, de Teposcolula hacia la montaña. De un pueblo de indígenas mixtecos que se llama Santa María Ndoayaco. Se hizo madre soltera en plena época de la Revolución Mexicana. Su primer hijo nació en 1914. La necesidad la llevó en un peregrinaje de su lugar de origen hasta Santa Rosa, lugar de las grandes montañas y los nacimientos de agua, a donde otros oaxaqueños también emigraban en busca de oportunidades de trabajo.

El auge que tuvo la industria textil en el Valle de Orizaba de fines del siglo XIX hasta mediados del siguiente, con el establecimiento de fábricas en Orizaba, Río Blanco, Nogales y Santa Rosa, permitió la llegada de grupos de personas que procedían principalmente de los estados vecinos de Oaxaca, Puebla y Tlaxcala. La mayoría ingresó a trabajar en estas factorías, pero algunos se dedicaron a otras actividades como el comercio. Los poblanos se dedicaron por lo general a la venta de frutas, verduras y abarrotes, la mayoría de estos en la Ciudad de Orizaba.

Jesusa, María de Jesús o Chuchita, como la gran mayoría de sus paisanos, se enlistó como obrera de la fábrica Santa Rosa de hilados, tejidos y acabados de algodón, desempeñándose ahí durante 30 años hasta su jubilación. Su hijo mayor, Leo, también ingresó como obrero del departamento de acabados. Durante varios años, Chuchita ahorraba para ofrecer una gran comida al máximo líder del sindicato de los obreros, que igualmente era oaxaqueño y muy reconocido en la región, el estado e incluso en el país.

Estas comidas se convertían en una fiesta del pueblo. Había mucho que comer y que tomar. Los invitados sumaban docenas. Se ponía una carpa en un terreno amplio que la anfitriona adquirió y ahí se llevaba a cabo la reunión. Desfilaban los comensales y había presentación de números artísticos de la misma localidad, entre ellos el Mariachi Santa Rosa con el cual cantaba la Torcacita Mendocina, hija de Jesusa, quien interpretaba las más conocidas canciones rancheras.

En aquella temporada se construyó el novedoso edificio de la escuela secundaria de artes y oficios “Esfuerzo Obrero”, llamada “América” anteriormente, un Parque Deportivo de igual nombre, donde se formó el notable equipo de beisbol“Los Gallos de Santa Rosa”, y un majestuoso cine con el nombre del patricio “Benito Juárez” al cual asistía numeroso público de toda la región, debido a las primicias cinematográficas que se exhibían. María de Jesús y su torcacita se ponían sus mejores vestimentas y joyas cuando asistían a ver uno de los estrenos que se presentaban con frecuencia en esa sala. Salían de casa en la zona habitacional conocida como “Los Cuartos”, y caminaban orgullosas hasta el cine luciendo sus mejores galas.

En esos mismos años no sólo se hicieron obras materiales, sino que hubo seria preocupación por la educación de los hijos de los obreros, se crearon bandas musicales y de guerra de primera, surgieron tríos intérpretes de boleros y otros grupos artísticos. La escuela secundaria dio suficientes bases a muchos jóvenes que destacaron más adelante en la vida académica, política, social o cultural más allá de su región.


Un mal día nuestra Jesusa cayó en cama víctima de una enfermedad. Uno por uno los mejores médicos de la región encontraron que no había medio para la recuperación de su salud. Los familiares la atendieron esperando el fatal desenlace. Ella permaneció en estado vegetativo, pero un día tocaron a la puerta, era un hombre alto que preguntó por ella, se llamaba Antioco. Dijo saber lo que los médicos habían dicho y pedía permiso para curarla a su modo. Asistió día con día y Chuchita se fue recuperando hasta quedar completamente sana. Cuando ella se recuperó y su sanador se despedía, le preguntó que cuánto le debían por sus servicios. Él contestó que no le cobraría, pero sí ella estimaba lo que ocurrió la invitaba a una agrupación a la que él pertenecía. Jesusa asumió ese compromiso y también aprendió a curar. Vivió todavía varios años. Poco se supo de este milagro curativo. Ahora, amable lector, usted ya lo sabe. Es una ficción de la realidad.

La familia normalista.


Escuela Normal Veracruzana Enrique C. Rébsamen. 
Foto de Juan J. Martínez Nogueira. 


Por Lisardo Enríquez L.

Me atrevo a pensar que no son tantas las escuelas donde se alcanza el nivel de interacción humana que se logra en quienes han sido estudiantes de la Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen”. Es posible que sea mayor en aquellos que acuden a internado, pero habrá seguramente de casos a casos. Este testimonio va por los integrantes de la generación Olímpicos que cursamos nuestros estudios entre 1966 y 1969, en el majestuoso edificio que se había inaugurado poco antes.

Nos iniciábamos como jóvenes entonces y la relación que se fue conformando adquirió realmente un carácter familiar. El compañerismo se impregnó de un afecto profundo que convirtió la relación en hermandad. Es muy probable que cada uno de nosotros llegara con predisposición para identificarse fuertemente con sus condiscípulos, aunque más bien considero debe atribuírsele al ambiente escolar, a los horarios, a la variada dinámica, pero principalmente a la calidad de los maestros y a la visión de los directivos a quienes correspondió un momento propicio que aprovecharon en forma conveniente. Estos últimos daban sus lecciones en masa con discursos durante las ceremonias y reuniones que se realizaban en el auditorio. En lo individual o por pequeños grupos lo hacían también mediante la conversación en su oficina y en los pasillos de la escuela.

La planta de maestros tenía amplia preparación, compromiso con la docencia y vocación que saltaba a primera vista. Así, estaba un Raúl Contreras Ferto (quien jamás aceptó homenajes) en sus clases de evaluación pedagógica, Aureliano Hernández Palacios en ética y español, David Ramírez Lavoignet en la geografía y la historia veracruzanas, Guadalupe Álvarez Naveda en psicotécnica pedagógica, María de los Ángeles Hurtado en psicología del aprendizaje, Ezequiel Jiménez en educación para la salud, María Dolores Flores en orientación vocacional, Graciano Valenzuela en didáctica e historia de la educación, la boliviana Delia Gambarte y Wilfrido Sánchez en práctica escolar, Carlos Domínguez en historia de la Revolución Mexicana, entre los más destacados. En otros grupos, que no en el “C” en el que se encontraba quien esto escribe, tuvieron en grupo a José Luis Melgarejo Vivanco. Claro, a algunos nos tocó en el examen profesional y ahí también hubo cátedra.

Un maestro que dedicó más tiempo a nosotros como asesor, orientador y motivador fue sin duda Víctor Raúl Domínguez, quien provocaba siempre  inquietud en los alumnos por leer, estudiar, reflexionar y polemizar. En esos años hubo motivos de sobra: la Revolución Cubana, el Che en Bolivia, los movimientos estudiantiles en el Este y en el occidente, así como distintos problemas económicos, políticos y sociales del mundo y de México en particular. Toda esta animación a varios nos hizo rebeldes en cuanto nos inconformamos con el sistema establecido, incluso nos sentíamos revolucionarios. Leíamos la revista Bohemia de Cuba, la revista Política que dirigía Marcué Pardiñas, las revistas y libros de Rius y muchas otras publicaciones.


Era el momento en que Santana se hizo popular con Oye como va, Mujer de magia negra, Jingo, etc. Esta música la escuchábamos en la cafetería de la escuela. La convivencia era constante participando o asistiendo a las actividades artísticas, deportivas y de interés entre los compañeros. Es decir, en la Normal desarrollamos habilidades para ser solidarios, participativos, conversadores y, en general, ser activos. Asistimos en gran número a participar en la inauguración del Estadio Azteca coordinados por el maestro Miguel Vélez Arceo, en una nutrida caravana de autobuses de primera. Si nos reuniéramos a recordar nuestras experiencias de entonces necesitaríamos largas horas, tal vez días. Actualmente, después de 45 años de haber egresado, nos encontramos con la misma alegría y cariño de los años en que éramos estudiantes de nuestra muy querida escuela normal.

(Artículo publicado el lunes 6 de abril en Diario de Xalapa)