Escuela Normal Veracruzana Enrique C. Rébsamen.
Foto de Juan J. Martínez Nogueira.
Por Lisardo Enríquez
L.
Me atrevo a pensar que no
son tantas las escuelas donde se alcanza el nivel de interacción humana que se
logra en quienes han sido estudiantes de la Normal Veracruzana “Enrique C.
Rébsamen”. Es posible que sea mayor en aquellos que acuden a internado, pero
habrá seguramente de casos a casos. Este testimonio va por los integrantes de
la generación Olímpicos que cursamos nuestros estudios entre 1966 y 1969, en el
majestuoso edificio que se había inaugurado poco antes.
Nos iniciábamos como jóvenes
entonces y la relación que se fue conformando adquirió realmente un carácter
familiar. El compañerismo se impregnó de un afecto profundo que convirtió la
relación en hermandad. Es muy probable que cada uno de nosotros llegara con
predisposición para identificarse fuertemente con sus condiscípulos, aunque más
bien considero debe atribuírsele al ambiente escolar, a los horarios, a la
variada dinámica, pero principalmente a la calidad de los maestros y a la visión
de los directivos a quienes correspondió un momento propicio que aprovecharon
en forma conveniente. Estos últimos daban sus lecciones en masa con discursos durante
las ceremonias y reuniones que se realizaban en el auditorio. En lo individual
o por pequeños grupos lo hacían también mediante la conversación en su oficina
y en los pasillos de la escuela.
La planta de maestros tenía
amplia preparación, compromiso con la docencia y vocación que saltaba a primera
vista. Así, estaba un Raúl Contreras Ferto (quien jamás aceptó homenajes) en
sus clases de evaluación pedagógica, Aureliano Hernández Palacios en ética y
español, David Ramírez Lavoignet en la geografía y la historia veracruzanas,
Guadalupe Álvarez Naveda en psicotécnica pedagógica, María de los Ángeles
Hurtado en psicología del aprendizaje, Ezequiel Jiménez en educación para la
salud, María Dolores Flores en orientación vocacional, Graciano Valenzuela en
didáctica e historia de la educación, la boliviana Delia Gambarte y Wilfrido
Sánchez en práctica escolar, Carlos Domínguez en historia de la Revolución
Mexicana, entre los más destacados. En otros grupos, que no en el “C” en el que
se encontraba quien esto escribe, tuvieron en grupo a José Luis Melgarejo
Vivanco. Claro, a algunos nos tocó en el examen profesional y ahí también hubo
cátedra.
Un maestro que dedicó más
tiempo a nosotros como asesor, orientador y motivador fue sin duda Víctor Raúl
Domínguez, quien provocaba siempre
inquietud en los alumnos por leer, estudiar, reflexionar y polemizar. En
esos años hubo motivos de sobra: la Revolución Cubana, el Che en Bolivia, los
movimientos estudiantiles en el Este y en el occidente, así como distintos
problemas económicos, políticos y sociales del mundo y de México en particular.
Toda esta animación a varios nos hizo rebeldes en cuanto nos inconformamos con
el sistema establecido, incluso nos sentíamos revolucionarios. Leíamos la
revista Bohemia de Cuba, la revista Política que dirigía Marcué Pardiñas, las
revistas y libros de Rius y muchas otras publicaciones.
Era el momento en que Santana
se hizo popular con Oye como va, Mujer de
magia negra, Jingo, etc. Esta música la escuchábamos en la cafetería de la
escuela. La convivencia era constante participando o asistiendo a las
actividades artísticas, deportivas y de interés entre los compañeros. Es decir,
en la Normal desarrollamos habilidades para ser solidarios, participativos, conversadores
y, en general, ser activos. Asistimos en gran número a participar en la
inauguración del Estadio Azteca coordinados por el maestro Miguel Vélez Arceo,
en una nutrida caravana de autobuses de primera. Si nos reuniéramos a recordar
nuestras experiencias de entonces necesitaríamos largas horas, tal vez días. Actualmente,
después de 45 años de haber egresado, nos encontramos con
la misma alegría y cariño de los años en que éramos estudiantes de nuestra muy
querida escuela normal.
(Artículo publicado el lunes 6 de abril en Diario de Xalapa)
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