Por Lisardo Enríquez
L.
Sin que hubiera propuestas
de campaña para promover reformas a la Constitución Política y sin que se convocara
a la sociedad para analizarlas, el gobierno federal actual las anunció cuando
ya era inminente se aprobaran mediante el control de grupos mayoritarios de los
órganos legislativos que seguramente recibieron “razones de peso” para
hacerlo. Aun así, se vinieron grandes
protestas de inconformidad por esos atropellos a la nación, entre las cuales
las del magisterio han alcanzado el más alto nivel de movilización en dimensión
geográfica y en el tiempo.
En lugar de compartir estos
propósitos con la ciudadanía, es obvio que se hicieron compromisos con los
empresarios nacionales y extranjeros, así como con organismos internacionales y
funcionarios de gobiernos del exterior con quienes muchos políticos de alto
nivel tienen intereses propios. En esto han jugado un papel de primer orden los
políticos de la derecha, de quienes Octavio Paz decía en una entrevista que le
hizo el periodista Julio Scherer en 1978: “Es una clase acomodaticia y
oportunista. Su táctica, lo mismo en la época de Díaz que ahora, consiste en
infiltrarse en el Gobierno. Es una clase que hace negocios pero que no tiene un
proyecto nacional”. Se trata, ni más ni menos, de esos diputados, senadores y
dirigentes a quienes les urge que ya se aprueben y apliquen las reformas, a
costa de lo que sea.
La aprobación de las
reformas se llevó a cabo con los recintos legislativos prácticamente blindados,
es decir, sin que alguien pudiera interferir, de espaldas a la población, y con
la complacencia de los grandes medios de comunicación, los que se encargaron de
denostar a los disidentes. Claro, en el caso de la mal llamada reforma
educativa, por ejemplo, se trató de satisfacer a la empresa de Mexicanos
Primero y a organizaciones internacionales con iguales intereses. No obstante
ignorar la protesta y no tomar en cuenta a la población, se repitió hasta el
cansancio en los medios que era el sentir de las mayorías y que quienes estaban
en desacuerdo no estaban informados.
Esta vez, como en 1968, se
ha carecido de sensibilidad y de una política de verdadera negociación interna
con los grupos inconformes. Las llamadas mesas de negociación que en algún
momento hubo a través de la Secretaría de Gobernación o en instancias
estatales, se establecieron solamente para ganar tiempo y para dejar que la
gente se desahogara, no para atender los problemas y resolver planteamientos.
Con las llamadas reformas “estructurales” la única política real ha sido la de
la fuerza: se hacen porque se hacen, no hay nada que lo impida.
Para ganar adeptos se
prometieron beneficios a la población: bajar costos de la gasolina y del
consumo de energía eléctrica, generar empleos y alcanzar un crecimiento mayor
de la economía que por supuesto no se han cumplido ni se cumplirán. Al país ya
hace tiempo le dirigen sus destinos económicos los egresados de universidades
de los Estados Unidos, quienes ponen en práctica las visiones que allá tienen y
sin considerar las condiciones locales. Pero es por esa razón, precisamente,
que quienes alaban estas medidas son representantes de organismos y medios
internacionales a quienes conviene que así sea, sin tomar en cuenta que
millones de personas del pueblo mexicano quedan al margen, como ha ocurrido
desde hace decenios, de los beneficios del desarrollo.
Como la inconformidad no le
interesa al grupo gobernante, lo que al pueblo le queda
es ir organizándose en forma independiente para tomar en sus manos los destinos
de la nación. Una de las propuestas en camino es la del congreso popular
alternativo. Y como esa medida deben venir otras porque lo único que se ve y se
siente es un beneficio para los ricos. Y ya hasta ellos se inconforman.
Artículo publicada el 30 de junio en Diario de Xalapa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario