Por Lisardo Enríquez L.
Es característica del ser
humano tener conciencia de su existir, de su ser, y de su necesidad de
comunicación con los demás de su especie. Por ello es tan necesario que vaya
desarrollando desde edad temprana su pensamiento y su capacidad de relacionarse
a través de la palabra hablada y escrita. Ese desarrollo compete primero a la
familia, después (y en alto grado) a la escuela y finalmente al propio
individuo. Si se aprende a pensar y a expresarse correctamente al hablar, es
muy probable que se tenga mayor facilidad para escribir.
Escribir bien es un arte cuyo dominio implica
muchas dificultades. En otras palabras, escribir bien no es tan fácil como a
veces parece. Para empezar se tiene que hacer uso del idioma natural, del
idioma vivo, de las palabras que comúnmente se utilizan en nuestra cultura.
Muchas cuestiones no se aprenden bien y no se dominan, porque las prácticas o
los ejemplos con los cuales se aprendieron no fueron reales y no se ejercitaron
suficientemente. Escribir requiere práctica, ejercicio constante. Por lo
general, los escritores han dedicado mucho tiempo a concebir una obra, luego a
escribir y escribir una primera versión, después a revisar y corregir una, dos
y más veces, finalmente a darle la redacción definitiva. Pero en ocasiones se
vuelve a revisar la versión definitiva, porque todavía se le encuentran
palabras o frases que se deben cambiar, suprimir o agregar.
Para escribir cualquier
texto, pero con mayor razón si se trata de uno con cierta complejidad, es
indispensable determinar qué es lo que se desea hacer y tener una idea de cómo
se quiere desarrollar. Se considera que para escribir o elaborar un texto se tienen
que recorrer varias etapas que esencialmente son las siguientes: planearlo,
organizar las ideas sobre el mismo, hacer un borrador (de preferencia elaborar
un esquema previo), revisarlo y corregirlo hasta ver que esté completo y
entendible, y ya entonces proceder a la redacción final. En términos generales,
un escrito consta de tres partes en su estructura, a saber: una introducción
que sirve para justificar de qué trata el escrito y para despertar el interés
de quien lo lea; un desarrollo o argumentación en el que se exponen las ideas
que se tienen sobre el asunto y; una conclusión o final que resume lo tratado.
No es necesario que lleve estas tres palabras, salvo que el texto así lo
requiera.
Un escrito debe tener
claridad, coherencia, precisión y sencillez, lo cual se alcanza después de
mucha práctica de escribir. Las ideas deben expresarse de manera lógica, estar
explicadas en forma que se comprendan y ser lo más puntuales o exactas que sea
posible. Hay que evitar los rodeos en la expresión. Alguien ha dicho que la más
bella frase es la más breve. Don Ermilo Abreu Gómez, el autor de Canek,
escribió que la precisión “sólo se consigue con el tiempo” y la sencillez “sólo
se consigue con muchísimo tiempo”. Pero escribir es parte de la esencia humana.
Precisamente esta esencia es el ser,
palabra que viene de “es”, que
significa existir, encontrarse en la realidad y ser auténtico en un devenir, en
un proceso, en un movimiento permanente de mejoría individual.
El escritor mexicano Julio
Torri dejó escrito en uno de sus breves ensayos lo siguiente: “Escribe luego lo
que pienses. Mañana ya será tarde. Tu emoción, tu pensamiento se habrán
marchitado”. Así es que hay que poner manos a la obra. Hay que escribir y
encontrar el gusto por hacerlo, igual que en la lectura, que por cierto, es uno
de los mejores estímulos para escribir. Claro, hay que tener siempre un buen
diccionario cerca.
Ahora insisto, en la
formación inicial y en la actualización de los maestros es fundamental crearles
el hábito de la lectura y el de escribir, sino ¿cómo van a formar a los niños y
a los jóvenes para que sean lectores y para que escriban?
(Artículo publicado en Diario de Xalapa, 22 de agosto de 2013).
No hay comentarios:
Publicar un comentario