domingo, 4 de agosto de 2013

Santos Degollado: El Cristo de la Reforma.


Santos Degollado. 


Por Lisardo Enríquez L.

En fechas recientes leí un hermoso libro de Justo Sierra que se titula “Juárez, su obra y su tiempo”. La maestría de Sierra conduce al lector a conocer no sólo la inquebrantable virtud, voluntad y patriotismo de Don Benito Juárez, sino detalles de hechos de la guerra de reforma, y de la personalidad de quienes tuvieron en esa guerra civil una denodada participación. De cada personaje se pueden decir innumerables cosas, pero, definitivamente, en esta ocasión he decidido hablar de Don Santos Degollado, “el héroe de las derrotas”, según un sobrenombre que se le adjudicó.

José Santos Degollado Sánchez nació en Guanajuato el 30 de octubre de 1811 y murió el 15 de junio de 1869 en Llanos de Salazar, Estado de México. Incursionó en el estudio de diversas ciencias, incluyendo la teología (porque era un creyente), pero, sin duda, dedicó más tiempo a las actividades políticas y a las militares. No estaba catalogado como un gran estratega militar, pero tenía dominio de la espada y era un excelente jinete. En la guerra, su férrea voluntad y su elevada moral fueron las cualidades que lo llevaron, a pesar de grandes derrotas, a ser un  auténtico héroe.

Don Santos, como se le conocía, fue un hombre respetado y admirado. Juárez lo nombró Ministro de la guerra y Marina y General en Jefe del Ejército Federal. Uno de sus soldados fue Don Ignacio Zaragoza. Juárez y Ocampo le decían Santitos de cariño. Por cierto, Don Melchor Ocampo, de quien hay que hablar aparte, lo impulsó para que interviniera en acciones políticas. Pues bien, Degollado hizo, como un gran maestro militar, que grandes huestes de mexicanos descalzos y hambrientos alzaran su fe en la escuela revolucionaria de la Reforma, para constituir, a base de lucha y de reveses, un nuevo ejército bien armado y fogueado, que él ya no dirigió en la victoria final, pero del cual fue artífice principal.
En un pasaje sobre la perseverancia y arrojo de este héroe nacional, dice Justo Sierra: “transformaba sus ejércitos incesantemente  vencidos en otros más y más dispuestos a la lucha y al sacrificio; en otros, que tenían  las almas encendidas por el inextinguible ardor del alma de su jefe y levantadas más en alto con su altísimo ejemplo”. Para dar una idea de lo que Degollado era al frente de sus tropas, basta con expresar que, en la batalla que tuvo lugar en Tacubaya, en los alrededores de la Ciudad de México,  en abril de 1859, al tomar la decisión de emprender la retirada, él fue el último en salir a la retaguardia de sus fuerzas.
Las Leyes de Reforma, en cuya preparación participó en Veracruz, se publicaron gracias a su intervención. Fue él quien dijo al presidente Juárez que le permitiera publicarlas y que si no daban resultado lo mandara procesar. Era tal su firmeza y su pasión, que la mayor parte de la población estaba con el gobierno liberal gracias a los milagros, porque así se consideraban, de Degollado.

Cuando las fuerzas siniestras de la reacción asesinaron a Don Melchor Ocampo (el filósofo de la Reforma), Degollado pidió al congreso le permitiera vengar la sangre de este patriota de la democracia, petición que fue concedida. Pero nuestro héroe cayó en una emboscada. Capturado por el enemigo, y  reconocido, fue herido en la cabeza; después le perforaron  los pulmones a bayonetazos y lo mutilaron. Es, por todas estas vicisitudes en que se desarrolló la vida de Don Santos Degollado, y por la entrega de su sangre limpia, por lo que se le ha dado en llamar “El Cristo de la Reforma”.  


Artículo publicado el 26 de abril de 2010 en el periódico Diario de Xalapa.

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